lunes, 29 de agosto de 2011

Las artimañas de los EEUU y compañía

Por
Walter Goobar
El puño de Khadafi. El paradero del líder libio es un misterio: podría iniciar una guerra de guerrillas. (AP)
Con Trípoli casi sometida, los rebeldes libios –patrocinados por la Otan– ganan terreno tras haber conquistado el puesto de Ras Jdir, el principal paso fronterizo con Túnez. Si bien los aliados del líder libio Muammar Khadafi tuvieron que retroceder, siguen resistiendo en Ben Yawad, ubicada 140 kilómetros al este de Sirte, una urbe de 120.000 habitantes situada 360 km al este de Trípoli. Se trata de la ciudad natal del líder libio y uno de los bastiones khadafistas más importantes. Los seguidores de Khadafi también se han enfrentado con bombas a los rebeldes en Ras Lanuf, veinte kilómetros más al este. Ayer, la Otan y los rebeldes hicieron circular la versión de que Khadafi habría huido a la vecina Argelia en una comitiva formada por seis autos blindados. Todo indica que se trata de una típica maniobra de desinformación para quebrar la resistencia.
Si bien la legión de “65.000 soldados bien entrenados y bien armados” que debían defender Tripoli se evaporó como un espejismo, nadie sabe con qué grado de apoyo tribal cuenta Khadafi no sólo alrededor de Trípoli, sino en su feudo de Sirte o en los altos desiertos. Si el excéntrico coronel libio –que, hasta hace poco, fue el mejor aliado de Estados Unidos en su lucha contra Al Qaeda y uno de los mejores compañeros de juerga del premier italiano Silvio Berlusconi– sigue la tradición de sus ancestros beduinos, podría elegir ahora el camino de la guerra de guerrillas. La pregunta de los 100.000 millones de dólares –equivalente a la cantidad de fondos libios que serán descongelados por los “vencedores”– es si Khadafi terminará como Saddam Hussein o si seguirá el derrotero de los talibanes afganos y se ocupará de convertir a Libia en un Infierno para los ocupantes occidentales.
Aunque el aparente desmoronamiento del régimen libio generó la típica borrachera que producen los vapores etílicos del oro negro, la euforia duró poco. Nadie se aventura a proclamar que se trata de una “misión cumplida”, debido a que nadie sabe cómo se desarrollará la próxima etapa de esta guerra. De hecho, hay motivos serios para creer que puede convertirse en una reedición de los fracasos alcanzados por Washington con el derrocamiento de los talibanes en Afganistán en 2001 y de Saddam Hussein en Irak en 2003.
A pesar de que el Pentágono y la Otan se han apropiado del surtidor de combustible africano, en Washington hay más preocupación que celebración por la posible salida de Khadafi, dado que se duda sobre las consecuencias en la región y sobre la capacidad del Consejo Nacional de Transición libio para afrontar los desafíos que le esperan.
“Todavía puede haber un considerable derramamiento de sangre antes de que esto termine”, alertó Robert Danin, experto en Medio Oriente del Consejo sobre Relaciones Exteriores. Danin –un halcón que también se desempeñó como asesor del expresidente George W. Bush–, señaló estar preocupado por la unidad y la composición del Consejo Nacional de Transición, así como por la lealtad de los combatientes rebeldes que teóricamente están bajo su autoridad.
“Temo mucho que Libia pueda resultar dividida por fronteras tribales y geográficas”, (¿ídem Yugoeslavia?) señaló el analista en una teleconferencia en la que sugirió que ese país africano podía convertirse en un “Estado fallido”. Hasta ahora, indicó, los rebeldes “se han mantenido unidos sólo en aquello a lo que se oponían”.
“No sólo no está claro cuánta lealtad hay entre los combatientes” para con el Consejo Nacional de Transición, “sino que Libia no tiene ninguna institución”, señaló por su parte el analista Blake Hounshell, especialista en Medio Oriente y editor del sitio Foreignpolicy.com.
“Hay muchas probabilidades de que fuerzas islamistas se escondan detrás de elementos más benignos, esperando el momento justo para abalanzarse, como pasó en Irán en 1978 y 1979”, escribió en tanto Daniel Pipes, jefe del neoconservador Foro de Medio Oriente, en el blog de la revista de derecha National Review. Sus opiniones coincidieron con declaraciones de John Bolton, embajador de Estados Unidos en la ONU durante la administración de George W. Bush, quien señaló: “Temo que fuerzas occidentales hayan llevado al poder a los peores enemigos de la civilización”.
Lo cierto es que la supuesta revuelta popular con base en Bengasi, presentada en Occidente como si fuera un movimiento popular, fue siempre un mito. Hace dos meses los rebeldes eran apenas 1.000. La solución de la Otan fue crear un ejército mercenario que incluyó ex miembros de escuadrones de la muerte colombianos, reclutadores de Qatar y de los Emiratos Árabes Unidos (EAU) que contrataron a soldados de fortuna de diversas nacionalidades. Esa fuerza mercenaria que el sabado 20 desembarcó en Tripoli, fue la que facilitó el triunfo de los rebeldes que estaban más cerca del desbande que de tomar el poder.
Mahmud Jibril –el virtual primer ministro del esperpéntico Consejo Nacional de Transición, agradeció explícitamente a los auténticos vencedores: Francia, Gran Bretaña, Estados Unidos, Qatar y los Emiratos Árabes Unidos. De estos cinco primeros, los tres occidentales principales podrían aceptar, en teoría, un emirato dócil –mientras no muestre tendencias fundamentalistas extremas–, pero la Otan, que es la verdadera vencedora en esta falsa guerra civil, puede tener otros planes, distintos a los de los rebeldes. En un par de días, el líder del Consejo Mustafá Abdul Jalil y el primer ministro Jibril definirán, en París, de qué manera Libia se convertirá en un nuevo protectorado de la Alianza Atlántica sobre las costas del Mediterráneo, pero nadie sabe realmente el grado de influencia que podrán tener los islamistas en la Libia post Khadafi.
Por una parte, Estados Unidos logrará su propósito estratégico de contar con su primera base africana, trasladando el cuartel del Afrricom desde la poco africana Stuttgart a Trípoli. Con esa maniobra, Estados Unidos y la Otan –que ya se metieron el Norte de África en el bolsillo–, pueden colocar en la mira el Mediterráneo oriental, para repetir en Siria el guión libio.
Desde el punto de vista de las corporaciones petroleras vinculadas a los vencedores de la guerra, la desaparición de Khadafi ya es una garantía de jugosos contratos y de una serie de concesiones. Hasta ahora, la Compañía Petrolera Nacional de Libia otorgaba los contratos de servicio para antiguos y lucrativos campos petroleros a las subsidiarias nacionales libias. Pero lo que quieren realmente BP, Total, Exxon Mobil y la petrolera de Qatar es una participación seria en nuevos yacimientos, y acuerdos para compartir la producción que permiten beneficios estratosféricos. Quieren todo el auge que no consiguieron en Irak, donde algunos de los contratos más suculentos se entregaron a oferentes rusos, chinos o malayos.

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