martes, 24 de agosto de 2010

Por Atilio A. Boron

Con tal de crear las condiciones para producir un “golpe de Estado institucional” como el que derrocara a Mel Zelaya en Honduras, el Congreso paraguayo parece dispuesto a convertirse en el hazmerreír de América al responsabilizar al ministro de Defensa, Luis Bareiro Spaini, por la desaparición de... ¡tres fusiles en el cuartel del Comando de Estado Mayor del Ejército en Campo Grande! La acusación y el eventual juicio político, que tendrá que ser aprobado por la Cámara de Senadores donde ya fue girado, ignora olímpicamente algo que los señores diputados deberían saber: en Paraguay, el ministro de Defensa no tiene mando de tropa, de modo que no tiene injerencia alguna en los cuarteles o destacamentos militares. Lo que en ellos ocurra es algo que excede sus atribuciones. Pero esta nimiedad no disuadió a los conspiradores, que necesitan valerse de cualquier pretexto para despojar al presidente Fernando Lugo de uno de sus más leales colaboradores y, de ese modo, abrir la puerta para declarar su inhabilitación y, en caso de que el ex obispo católico se resistiera, apelar a las fuerzas armadas para hacer cumplir la resolución del Congreso y rematar su ofensiva destituyente. En otras palabras, reeditar el libreto preparado por Washington y exitosamente aplicado en Tegucigalpa, y dar un paso más en la “normalización” de la situación política en las díscolas comarcas al sur del Río Grande.

Pese a las incoherencias y vacilaciones de la gestión del presidente Lugo, su sola presencia –producto de una inédita movilización popular en repudio al sofocante legado del stroessnismo– es un inaceptable estorbo para los designios estadounidenses en la región. Si bien hasta el momento Lugo se ha cuidado de mantener muy cordiales relaciones con la Casa Blanca y consentido el irritante protagonismo de la embajada en los asuntos internos del Paraguay, un amplio espectro del establishment norteamericano lo percibe con mucha aprensión y lo sataniza como el peligroso bienhechor que, a pesar suyo, puede convertirse en el catalizador de procesos políticos mucho más radicales, al estilo de los que existen en la vecina Bolivia o en el más lejano Ecuador. En las afiebradas alucinaciones de los halcones del Pentágono y el Departamento de Estado, Lugo aparece como una suerte de Kerensky tropical que al igual que su predecesor ruso terminará abriendo la puerta a una insurgencia plebeya de incalculables proyecciones y grávida de serias repercusiones en la geopolítica regional. Esto es así porque Paraguay ocupa un lugar privilegiado para cerrar, desde el Sur, el anillo de bases militares que rodea la gran cuenca amazónica, fuente de toda clase de recursos energéticos, biodiversidad, minerales estratégicos y agua, sobre todo agua. Esa es la razón por la que aprovechando la increíble distracción de la Cancillería y el alto mando militar brasileño, dos bases ya se han instalado en ese país, en Pedro Juan Caballero y en Mariscal Estigarribia. Si algo sobra en Paraguay es agua, el “oro azul” cada vez más escaso y que según los expertos será causante de las principales guerras que habrán de librarse en el presente siglo.

Y no sólo el agua que fluye por la superficie sino también la que lo hace bajo tierra, en el imponente Acuífero Guaraní. Si a esto se le suman las buenas relaciones que Lugo mantiene con Chávez, Morales y Correa; el papel de algunos proyectos conjuntos de cooperación internacional que irritan de sobremanera al imperio, como por ejemplo el ALBA Cultural, o el intercambio de petróleo por alimentos entre Pdvsa y el Paraguay; su colaboración con otros gobiernos progresistas de la región y su apoyo a la Unasur, se comprende la urgencia de Washington y sus peones narcofascistas paraguayos en desprenderse cuanto antes de su indeseable presencia. El eventual juicio político a Bareiro Spaini será la antesala de la destitución de Lugo. Por eso es necesario unir fuerzas en toda América latina para frustrar los planes golpistas del imperialismo y sus aliados. Si el modelo destituyente instalado en Honduras se reitera una vez más, el futuro de los gobiernos democráticos y populares de la región se verá muy seriamente comprometido. Destituir a Lugo, aun con las argucias leguleyas con que se lo intentará, es un ataque no sólo al pueblo paraguayo que lo eligió como presidente sino a todos los gobiernos de la región, cuya activa solidaridad con el Paraguay es hoy más urgente que nunca.

* Politólogo.

viernes, 13 de agosto de 2010

Por Juan Gelman

Se producen en soledad y secreto entre los efectivos estadounidenses que combaten o combatieron en las guerras que W. Bush lanzó y Barack Obama continúa. Junio fue el mes más cruel: se suicidaron 32 soldados, un número superior al de cualquier mes de la guerra de Vietnam. Once no estaban en actividad y siete de los restantes cumplían servicio en Irak y/o Afganistán. Son cifras oficiales (www.defense.gov, 15-7-10). En el 2009 segaron su propia vida 245 efectivos y la cifra se superaría este año: 145 se suicidaron en el primer semestre y 1713 lo intentaron sin éxito. La tasa es más alta que la correspondiente a la población civil de EE.UU.

El militar Tim Embree testimonió el 25 de febrero ante la Comisión de Asuntos relativos a los Veteranos de la Cámara de Representantes. Declaró en nombre de los 180.000 asociados de Veteranos Estadounidenses de Irak y Afganistán (IAVA, por sus siglas en inglés), países a los que fue enviado a combatir dos veces. “El año pasado se quitaron la vida con sus propias manos más efectivos de los que cayeron en combate en Afganistán –señaló–. La mayoría de nosotros conoce a un compañero que lo hizo al regresar a casa y los guarismos no incluyen siquiera a quienes se suicidan al terminar su servicio: están fuera del sistema y sus muertes suelen ser ignoradas” (//iava.org, 15-7-10). Tal vez no fueran seres humanos, apenas material desechable.

Embree recordó las cifras publicadas por el semanario Army Times, que divulga noticias del ejército y posibilidades de carrera en la institución: “18 veteranos se suicidan cada día y se registra un promedio mensual de 950 intentos suicidas entre veteranos que reciben del departamento federal correspondiente algún tipo de tratamiento (www.armytimes.com, 26-4-10)”. Se trata de veteranos de todas las guerras que EE.UU. desató en tierras extranjeras y padecen, en general, de PTSD. Antes se lo llamaba neurosis de guerra o fatiga de combate o shock y aun otros nombres. El PTSD los reúne a todos.

La publicación mensual Archives of General Psychiatry dio a conocer una investigación independiente sobre 18.300 soldados examinados a los tres meses y al año de ser enviados a Irak: del 20 al 30 por ciento sufrían de PTSD y una depresión profunda agobiaba al 16 por ciento (//archpsyc.amaassn.org, junio de 2010). Se explica la dificultad de los veteranos para reintegrarse a la vida civil, la violencia hogareña que protagonizan, los matrimonios rotos, la drogadicción y los suicidios. A fines del 2009, según cifras del Departamento de Veteranos del gobierno, más de 537 mil de los 2,04 millones que sirvieron en Irak y Afganistán pidieron atención médica (www.ptsd.va.gov, febrero 2010).

La dificultad se agrava porque regresan a un país con un desempleo cada vez mayor. Según una investigación de la IAVA, el 14,7 de los veteranos son desocupados, un 5 por ciento superior al promedio nacional (//iava.org, 2-4-10). Aumenta así el número de los que han perdido su vivienda. Un informe de la National Coalition for the Homeless indica que el 33 por ciento vive a la intemperie y que un millón y medio corre el riesgo de quedarse sin techo debido a la pobreza y la falta de apoyo oficial (www.nchv.org, septiembre 2009). Están ausentes de estas cifras los veteranos físicamente incapacitados para buscar y mantener un trabajo.

Kevin y George Lucey, padres de un soldado que se quitó la vida, contaron una de las tantas historias que los números ocultan. El 22 de junio del 2004, su hijo Jeff, de 23 años, se colgó en el sótano de la casa (www.democracynow.org, 9-8-10). Era cabo del cuerpo de marines y había regresado de Irak en julio del año anterior. La madre relató que al mes de participar en la invasión enviaba cartas a su novia en las que hablaba de las “cosas inmorales” que él estaba haciendo. Una vez en el hogar, Jeff comenzó a soltar frases inconexas sobre Nasiriya, la ciudad al sudeste de Bagdad en la que tuvo lugar la primera gran batalla de los invasores contra el ejército regular iraquí. Un día recibió a su hermana Amy con lágrimas en los ojos diciéndole que era un asesino. Antes de suicidarse, dejó sobre su cama las chapas de identificación de dos efectivos iraquíes que había matado aunque no portaban armas. Jeff solía mirarlas con frecuencia.

Los psiquiatras y psicólogos militares carecen de conocimientos para enfrentar estas dolencias. Mark Russel, comandante de la Marina especializado en enfermedades mentales, descubrió que el 90 por ciento del personal que cumple esas funciones no tiene la formación necesaria para atender el PTSD. Se limita a prescribir drogas como el Paxil, el Prozac o el Neurontin, que acentúan y hasta producen los síntomas, y a devolver a los soldados a sus unidades (www.usatoday, 17-1-07).

El lunes pasado, el presidente Obama declaró ante una convención de veteranos discapacitados en Atlanta que su gobierno estaba haciendo los máximos esfuerzos para prevenir el suicidio y otras consecuencias del PTSD. Para el padre de Jeff, eso es pura hipocresía.